sábado, 24 de noviembre de 2007

El hombre que no tenia enfermedades

Angeles Muñoz nos propone que leamos este breve cuento de Alberto Tasso:

El hombre que no tenía enfermedades ( cuento )

Cuando se habla de enfermedades, nunca tengo nada que decir.
-¿Qué, no tienes enfermedades? -me preguntaron una vez.
Me quedé pensando. Atiné a contestar:
-Bueno, tengo unos hongos algo rebeldes...
Pero justo cuando estaba por referirme al pie de atleta, una vesícula había ocupado el centro de la conversación, que luego giró a várices, vértigos y vómitos.
Desde ese día comprendí que mientras no tuviera alguna dolencia significativa, sería difícil mantener un diálogo con mis amigos del café.
De modo que empecé a leer sobre males posibles, cuya narración me permitiera tomar por un momento, aunque más no fuera, el uso de la palabra, que sólo monopolizaban los que tenían algo preciso y oportuno para decir sobre casuísticas, terapéuticas o quirófanos.
-Padezco de insomnio -afirmé un día con resolución.
En ese momento varias voces se alzaron contando casos verdaderamente insólitos. Pío tenía un vecino que dormía una hora por día desde 1957. Fifo mencionó a aquel que vivía en sueños una vida paralela, que transcurría fuera de su propia cama. En otro domicilio, exactamente. La conversación derivó entonces hacia el sonambulismo, relacionado vagamente con la infidelidad.
Esperé con ansiedad que surgiera el tema de la hipertensión. Cuando ese día llegó, manifesté que en los últimos tiempos sentía latir con más fuerza el corazón; hablé de mareos, zumbidos, y la sensación de un casco de motociclista que me apretaba las sienes. Pero mucho antes que terminase, la atención se había desplazado hacia los últimos casos de miocarditis que habían diezmado las filas de nuestro círculo.
Advirtiendo que el Chagas, la hepatitis C y el HIV positivo ya carecían de atractivo, probé suerte con la fiebre amarilla, la esclerosis en placas, la herpes zoster o culebrilla, y cuanta otra referencia hallé en bibliotecas y en la prensa diaria, que abundaba en detalles sobre nuevos bacilos, estrategias epidemiológicas, sintomatologías, etiologías y posologías.
Ningún resultado.
Estaba cansado de que los muchachos del café no advirtiesen los efectos que las enfermedades de los demás le provocaban a una persona relativamente normal, como yo había creído ser hasta ese momento.
Lejos de eso, comencé a sentirme anómalo, indefinible. No poseer un mal conveniente hacía de mí un bicho raro. Más aún cuando nuestra mesa dedicó varias sesiones a las formas no enteramente convencionales que asumían algunas partes del cuerpo en la vida de los individuos, a veces desde su nacimiento, y en otras por traumatismos, o políticas corporales determinadas.
El tema incluía jorobas, rengueras, cráneos y pies reducidos, senos acrecentados o directamente implantados, acromegalias, zurdeces, ambliopías, tatuajes y prótesis, entre ellas el bastón. ¿Qué lugar podían ocupar en esa serie los hongos rebeldes, los lentes que aconseja mi óptico (1,75 desde el año pasado), y mi dentadura postiza, con puente, por más eficaz que sea al momento del turrón?
La solución surgió imprevistamente. Ese sábado, cuando llegué, los muchachos ya estaban reunidos en la mesa de siempre. Como siempre, saludé, arrimé dos sillas, y me senté en la de la izquierda. Cuando Doña Rosa preguntó: "-¿Qué se va a servir...?", le pregunté a la silla de la derecha:
-¿Qué quieres tomar, Jordán?
Y un momento después pedí:
-Dos cafés, el de mi hermano (señalé con la cabeza hacia la silla) cortado, con poquita leche.
Mis amigos observaron con atención hasta que Doña Rosa colocó los cafés sobre la mesa.
-Un momento -dijo Shinfu- ¿qué pasa acá? No entiendo nada.
Consideré llegado el momento de hablar.
-Nada, que vine con mi hermano Jordán, como siempre. A lo mejor ustedes no se dieron cuenta. Y yo, tan distraído que soy... ¿nunca les dije que tengo un hermano mellizo?
Bajando la voz, agregué:
-(Somos siameses).
-¿Siameses? ¿Hermano? ¿Silla vacía? -gruñó Ari.- Este tipo está totalmente loco.
-¿Loco? -casi grité.- ¿Loco dijiste?
-Sí, eso dije.
-¡Gracias, querido amigo! Gracias de todo corazón, de parte mía, y de mi hermano.
Los muchachos parecían no entender.
Pero desde ese día ya no necesito disputar el centro de la reunión. Ni siquiera necesito hablar. Cada tanto, me inclino hacia la derecha y le digo a Jordán:
-Me parece que se enfrió el café. ¿Querés que te pida otro?
(De Alberto Tasso: "Café, mujeres y humo", 2006)

9 comentarios:

Anónimo dijo...

El cuento es genial y propongo al alumnado de una y otra orilla lo siguiente: hacer un recuento de las enfermedades que se citan; buscar el significado de las patologías que se mencionan y hacer un pequeño comentario del significado del cuento. ¡Ojo! que, parece ser que el autor del cuento es latinoamericano pues alguno de los términos no se conocen así aquí. Bueno, quien más acierte, tendrá un premio, ¿vale? Chicos/as de Tetuán, aviso que lo vamos a trabajar en las actividades de los lunes por la tarde...Y espero resultados de Sevilla aquí. Amalia.

Anónimo dijo...

Madre mia de mi alma¡¡¡ Entre el cuento y el corazón me da algo. Es que os habeis asociado Fede y tu jajajaja. Me he quedado a cuadros Angeles.??????? tengo que volver a leerlo pq a mi el coco no me da pa tanto. Besitos Vero.

Anónimo dijo...

pues si el cuento es bueno y tu idea también a ver si entre las dos orillas lo conseguimos aunque de tiempo andamos regu, por cierto el autor es argentino de Buenos Aires concretamente. saludos lolidel

Anónimo dijo...

Angelilla, como siempre me sorprendes. Todos necesitamos un hermano siames en nuestras vidas (o es su defecto una silla vacia).

Bss a quien los quiera desde mi trabajo. A quien no abrazos xD.

ANTONIO

Pd: Vero Saprófita jajajaja

Anónimo dijo...

Antonio.....qué poco te equivocas. Todos necesitamos un hermano siamés, como tú dices, o simplemente un amigo que sea para nosotros como otro yo. Esto último lo dijo Cicerón, por cierto, pero mejor escrito,claro!

Ah! me apunto a los bss (jeje)
Angelilla

Anónimo dijo...

Cuando estudiaba, durante las prácticas, era frecuente comprobar que en alguna mesa cercana a la que ocupabámos en el desayuno, siempre había alguien con cara de asco o de desagrado... Nuestros temas de conversación siempre giraban sobre aquello que más nos había impresionado en las prácticas del hospital; a veces una muerte "mu fuerte", otras la úlcera más purulenta...

Antonio. Alumno de CAP

Anónimo dijo...

hola!!!, Angueles eres la mejor, mas que un cuento, yo opino que dandole un giro podria referirse que las personas de este mundo solo sienten curiosidad por las cosas malas que le suceden a los demas. Una lesion buena es la que da al final el protagonista, lo llaman " Loco ", loco hay que estar para entender a muchas personas de este mundo. Angeles me ha impresionado ese cuento, pero mas me impresiona la fuerza y vitalidad que tienes,te doy las gracias por aquella charla que de corazon te agradezco.Que arte tienes miarma!!!!!!!. BESOS A TODOS MARIA JESUS

Anónimo dijo...

Dices unas cosas muy bonitas de mi, Maria Jesús. Gracias. Pero sólo soy así a ratos!!!
Es verdad que el cuento deja ver cómo somos las personas. Y bueno, seguiremos todos un poco locos y asi ponemos algo de chispa, no?
Mañana nos vemos. un beso
Ángeles

Anónimo dijo...

Hola. Primero quiero agradecerle a Angelilla, que colocó "El hombre que no tenía enfermedades" en esta hermosa página que acabo de descubrir. Y también agradezco a
Amalia, Vero, Lolidel, Antonio y María Jesús, por sus comentarios oportunos y tan sabrosos. Quería contarles algunas cosas a propósito de este cuento pero me faltará espacio. Por ahora basta decirles que soy argentino y vivo en Santiago del Estero, que soy sociólogo, 64, y que amo a la enfermería y las enfermeras, hasta el punto haberme casado con una de ellas. Un abrazo afectuoso a todas/os. Alberto Tasso.
tasso@arnet.com.ar
http://www.papelesdemaco.blogspot.com